Pues sí… me voy a poner un poco ñoña, pero pasar tiempo juntos, haciendo pequeñas cosas como irnos de picnic al parque más cercano, es para mí el mejor de los regalos.
Me acuerdo de que cuando era pequeña iba al mismo parque con mis padres y hermanos alguna noche de verano, la nevera portátil con bebida fresquita, bocatas, patatas fritas, un par de mantas para el suelo, y no necesitábamos mucho más para pasar un día especial, para crear un recuerdo.
Martina tuvo la idea, y se pasó días preguntando cuándo íbamos a comer en el parque como si fuera una gran aventura (¡cuánto tenemos que aprender de ellos!). Estaba ilusionadísima llevando su propia mini cesta con platitos con los que preparó comiditas «vegetales» según llegamos.
Anduvimos descalzos por el cesped, soplamos dientes de león, Julieta se comió alguna margarita, tomó teta, observamos las nubes… vida slow
También dimos un paseo por una zona con olivos y descubrimos que aún quedaba algún almendro en flor. Martina le contaba a Julieta que había que tener cuidado de no pisar los caminos de hormiguitas, por que estaban guardando comida para el invierno, y era algo muy importante, y las dos daban zancadas largas para no pisar ninguna. Me las hubiera comido, pero estaba ocupada inmortalizando el momento 😉
Martina y yo encontramos una ladera y nos tiramos rodando como dos locas y gritamos como si estuviéramos en el parque de atracciones. Pensándolo bien esa cuesta era mejor que muchas atracciones de feria, y descargamos un montón de adrenalina!
Intuyo que este mes va a haber por lo menos otro picnic por que además las chicas de InspirAcción nos han preparado algo muy especial que justo ayer nos llegó por correo… os lo enseño pronto!
Y como «deberes» me pongo el montar un álbum un día de estos con las fotos medio decentes que voy sacando, a ver si me aplico los consejos de Clara y me pongo al día que como dicen por ahí, las fotos no existen hasta que no están en papel, ¿no os parece?